¿Qué creemos que compramos cuando decidimos pagar por una
bombilla de bajo consumo? Seguramente aspiremos simplemente a llevarnos una
bombilla que aun resultando cara en tienda no dispare la factura de la luz (por
lo que a largo plazo termina por resultar rentable). Sin embargo, ¿qué nos
llevamos realmente? Para ignorancia de la mayoría: un riesgo añadido que afecta
directamente a la salud.
El mercurio (Hg), al igual que cualquier otro
metal pesado, posee efectos acumulativos; y en el caso concreto de su contacto
con el organismo, queda atrapado en una cárcel en la que los peor parados son
los barrotes. Las afecciones al sistema nervioso son severas aun hablando de
pequeñas cantidades y sin embargo al tratar productos que lo contienen se
anteponen las necesidades de producción a los riesgos sanitarios. Aunque nos
hayan hecho creer que sí, lo cierto es que ni la marca de Conformité Européenne
ni los límites admisibles establecidos (5mcg para el caso) nos garantizan la
plena seguridad. O al menos no toda la que podrían, y qué menos deberíamos
exigir, ¿no? Pero nos encontramos ante la historia de siempre, la que afecta de
igual forma a tantos otros temas, y es que Europa está dominada por intereses
empresariales, los cuales -sorpresa- responden principalmente a aspectos
económicos.
Para más inri, ni siquiera existe un protocolo
de actuación adecuadamente extendido para desechar correctamente y sin impactos
añadidos las luminarias de bajo consumo, yo misma he podido comprobarlo:
“Tranquila, aquí nos ocupamos” mientras lanzaban la bombilla a un cubo común.
Por tanto, que las bombillas tradicionales se
desestimaron por razones energéticas nos lo han dejado claro, pero poco sabe la
conciencia pública acerca de la verdadera razón por la que se impulsó con tanto
ímpetu el cambio a pesar de lo ya conocido sobre el mercurio. Aunque podemos
imaginarlo. El hecho de que la decisión no fuese votada en sede parlamentaria si
no decidida sencillamente por un comité en el cual un porcentaje de los
miembros pertenecía a empresas líderes del sector, suficientes como para que el
aroma a negocio influyese cuidadosamente en las decisiones políticas sin saltar
las alarmas del soborno, ya nos debería hacer sospechar. Aunque a decir verdad
nada de esto es novedoso; se lleva décadas reduciendo intencionadamente la
duración de la vida media de las bombillas. Ah, la famosa obsolescencia
programada. Y es que si bien la clásica incandescente transformaba el 95% de la
energía en calor, ¿no hubiera sido más inteligente desarrollar una estrategia
alternativa que aprovechase esa pérdida mediante una técnica más eficiente?
Pero vaya, como siempre, “parece que quienes se
han puesto gafas políticas han perdido de vista la realidad”. Será que habrá
que hacerse más a menudo la pregunta de por qué la bombilla del cuartel de
bomberos de Livermore, California lleva encendida desde 1901 y la nuestra no.
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